El periodista es una persona curiosa. Pero rara vez las personas curiosas se vuelven periodistas. Porque esta es la profesión más linda del mundo, pero es una profesión que se aprende. El periodismo no es una monarquía donde se heredan el rol y el reconocimiento, y al talento es necesario probarlo continuamente. No se es periodistas “para siempre”: quien ama esta profesión debe tratar de dar lo mejor de si cada día y día a día, porque el periodista es un narrador, es el narrador de la actualidad.
Pero en Italia para empezar es imprescindible practicar, en un diario, en una radio, en una televisión, o en cualquier medio de comunicación. Dieciocho meses de práctica y luego un examen final en Roma. Es el “examen de Estado” que certifica el inicio de la profesión y que da la posibilidad de obtener el primer y único carnet que un periodista debería tener: el de la inscripción en el registro, otorgada por el Orden nacional de la categoría.
En realidad hay también otro camino para el que sueña con esta profesión: la de desarrollar el período de aprendizaje en una de las tantas escuelas habilitadas para hacerlo. Yo mismo empecé así en el “Istituto per la Formazione al Giornalismo” en Milán, previamente haber ganado un concurso para acceder al mismo. En aquel entonces, hace casi veinte años, era el único instituto admitido, en Italia, para sustituir con su actividad los dieciocho meses de aprendizaje, así llamado, que se deben realizar en un periódico.
Con los años estas escuelas legalmente reconocidas por suerte se multiplicaron, ofreciendo oportunidades a los jóvenes que no viven en las grandes ciudades, que no son hijos de periodistas, que no tienen familias pudientes que los sostengan, ni santos en el paraíso, para la pura y simple, pero imprescindible, oportunidad de comenzar en una redacción, de demostrar si son capaces, y cuanto, de narrar su propio tiempo.
Sí, el periodista es un narrador de historias y de personas, de hechos, de acontecimientos, de todo lo que en su País y en el mundo pueda interesar a sus lectores, escuchas o telespectadores. Aquí descubrimos que el periodista tiene un dueño: depende entera e integralmente de su público, está al servicio de los ciudadanos a los cuales se dirige en sus escritos, entrevistas y reportajes.
No cito por citar a las entrevistas. Frecuentemente sucede que leemos conversaciones de “ida y vuelta”, donde las preguntas son más largas que las respuestas. Significa que el periodista no ha desarrollado su función lo mejor posible, que no es la de ser protagonista pero sí testigo. El periodista tiene la tarea de hurgar entre las ideas y las palabras de su interlocutor, de buscar de extraer, casi socráticamente, todo lo que es posible averiguar: noticias, consideraciones del entrevistado, también sentimientos y pasiones, claro, y revelaciones, si es posible. Todo lo que pueda ser de interés general, o sea periodístico.
Existen muchas técnicas de entrevista, también lingüísticas, hasta de tiempos y de modos: la entrevista debe tener ritmo y sustancia, debe captar la atención del lector-espectador, debe inducirlo a llegar al final y hacerle decir “valía la pena”. Si está escrita, la entrevista debe reflejar el pensamiento del entrevistado lo más fielmente posible. Pero para el periodista el resorte es el “porqué”, inspiración continua de las preguntas. No se debe nunca tener miedo a preguntar, no se debe nunca llegar a la situación de lamentar no haber hecho una pregunta.
Por ello también la entrevista más banal, también la entrevista requerida por una persona con quien ya se habló en el pasado o sobre hechos de los cuales ya se ha escrito, debe prepararse con detenimiento como si fuera la primera entrevista de su vida. Se pueden improvisar muchas preguntas sobre la base, entre otras cosas, de lo que les dirá el interlocutor, pero quien improvisa una entrevista – a parte de circunstancias, claro está, especiales o de emergencia, que en esta profesión suelen suceder – falta el respeto a sí mismo, además de a su interlocutor.
El acercamiento serio y creativo, profundo en la búsqueda pero ligero en la escritura, el cual sirve para “adivinar”, para que salga bien una entrevista, es el criterio a seguir para cada tipo de nota y de sector: policiales, sociales, política o economía, deporte o espectáculo, cultura o cartas al editor, notas en el interior o exterior. Siempre se les pide lo mismo a los periodistas: verificar la veracidad de la fuente de las noticias, tener más de una fuente y lo más diversas entre ellas, escribir con claridad y de manera incisiva, y hacerlo en un correcto uso de la lengua. En cualquier parte se pide decir las cosas que se vieron o explicar las cosas que se pensaron. Con pocos adjetivos, con los adverbios estrictamente necesarios (y “estrictamente” no era, por ejemplo, necesario…), y dejando hablar a los hechos. Dando también, cuando sea útil o pedido por el periódico para el cual se trabaja, opiniones argumentadas y honestas.
Con frecuencia esto ocurre en los comentarios: editoriales – o fondo, si está firmado – es justamente el nombre dado al comentario principal del diario. Y la primera página, que ahora examinaremos en el italiano “Corriere” y en el chileno “El Mercurio” comparándolos, representa la tarjeta de presentación de cada periódico. Resume o debería resumir las noticias y las notas más importantes que el diario ofrece ese día a sus lectores. La primera página es la vidriera del día y del diario.
El buen periodista viene siempre de las crónicas, práctica insustituible, y el cronista debe pedalear por mucho tiempo antes de adquirir los secretos y la experiencia de la profesión. Tampoco hace daño tener una buena dosis de suerte, encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado, pero esto no depende de él o ella ( o quizás un poco sí). Con el tiempo el cronista no irá más sobre la tierra, pero navegará, como periodista, en el océano. Navegar contracorriente es un lindo navegar, y es una de las características del periodismo más independiente. En los Países libres no es un sueño, pero una aspiración diaria. Y la capacidad de no hacerse condicionar por nada que no sea la humilde pero constante búsqueda de la verdad – verdad humana y por ello siempre relativa, sin dogmas -, es lo que al final califica al periodista, llamado a hacer hablar a sus ojos y a hacer sentir, cuando sea necesario, a su corazón (pero también a hacer sentir a sus ojos y a hacer hablar a su corazón).
(Capítulo de mi libro “El puente más largo”, Instituto Italiano de Cultura en Uruguay, Montevideo, 2003)